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  • Foto del escritorRedacción Contravía

¿Qué pasó con la fosa común más grande de América Latina: La Macarena?

CRÓNICA

Unidad Investigativa* de Fundación Contravía para Periodismo de Verdad.


Viajamos el 11 de septiembre a La Macarena para conocer de cerca las historias de la guerra y la violencia ocurridas durante los años de la seguridad democrática. Las historias que dejaron centenares de NN desaparecidos, el dolor de sus familias y los recuerdos tristes de miles de víctimas de un conflicto que amenaza con regresar y que sigue generando miedo en los humildes habitantes del municipio; acostumbrados, desde hace más de 40 años, a vivir entre la espada y la pared; hostigados por guerrilleros, paramilitares y soldados.


Allí, en La Macarena, hace casi 10 años el cementerio municipal se convirtió en una gran fosa común donde centenares de cuerpos sin identificar fueron enterrados y reportados por el ejército como guerrilleros dados de baja en los combates. Muchos, sin embargo, resultaron ser civiles desaparecidos, según la Fiscalía General de la Nación, víctimas de ejecución extrajudicial o ‘falsos positivos’ como se conocen popularmente.


El trayecto desde Bogotá a La Macarena dura 50 minutos. Al bajarse del avión el calor se siente inmediatamente. El termómetro marca 33 grados centígrados. En el vuelo llegan a la Macarena turistas de Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Estados Unidos, España, Israel y Argentina, van para Caño Cristales, el río de los 7 colores como le dicen. No tienen ni idea de la triste historia de guerra que se ha vivido allí en años pasados no tan lejanos.


Son las 11 de la mañana. La primera persona que se observa a la distancia es un soldado que presta seguridad en el aeropuerto. Cien metros nos separan de la salida del pequeño aeropuerto. La mayoría de las calles están destapadas; motos y mototriciclos las transitan de un lado para otro. Son muy pocos los autos que se ven. La pobreza se percibe en las viejas fachadas de las casas y los locales comerciales que se entremezclan en cada una de las cuadras. La economía no es fácil, el trabajo tampoco.


Vendedores ambulantes se rebuscan el diario con frutas, pan de arroz y almojábanas. Otros se dedican a la mecánica de motos. Los habitantes de las área rurales, la gran mayoría, jornalea en trabajos de vaquería. Ordeñan, cultivan arroz, plátano y yuca. La venta de los huevos de las gallinas campesinas también es una opción. Así sobreviven.


La industria del turismo, acaparada por cuatro empresas, es la única que realmente saca provecho de la extraordinaria belleza natural de la región. Algunos adultos mayores están sentados en sus mecedoras a fuera de sus casas, aprovechan la sombra de los árboles, ven pasar a los grupos de europeos y otros partes del mundo en busca de sus hoteles. Esperan la hora del almuerzo, así viven su día a día.

Momento de empezar a preguntar por la gran fosa común de 10 años atrás. Nos dicen que no saben nada sobre eso. Los habitantes se ponen nerviosos, no quieren hablar del tema. Llega la ahora del almuerzo y vemos un restaurante vacío con cuatro mesas. El almuerzo del día huele bien. Las mesas se llenan. Me levanto y voy hasta la cocina. La dueña, doña Noelia Bustamante, me grita ‘’siga con confianza, bien pueda’’. Me pregunta que si voy Para Caño Cristales, le digo que de pronto, pero que en realidad vine a hablar con las víctimas de desaparición forzada.


El Proceso de paz entre el gobierno Santos y las Farc dejó sin trabajo a don Pedro Mora, uno de los sepultureros de La Macarena


Mientras me sirve la bandeja Noelia me mira y me dice: ‘’a mi padre lo desaparecieron, yo le puedo contar pero toca después’’. El esposo escucha atento, se acerca y me dice ‘’a la vuelta vive Don Pedro, el sepulturero; él le puede contar mucho, búsquelo’’.


Pasan 30 minutos, termino el almuerzo. Me despido con la promesa de regresar para escuchar la historia de Noelia. Sigo las indicaciones, volteó en la esquina y a mitad de cuadra le pregunto a una pareja de adultos mayores dónde vive don Pedro. ‘’Aquí. Yo soy Pedro Mora, qué se le ofrece’’ me dice.




Le cuento que estamos buscando relatos de víctimas de desaparición forzada, lo convenzo para que me cuente cómo ha sido la vida del sepulturero de La Macarena durante los últimos 20 años y para grabar en su lugar de trabajo: el cementerio. Luego de hablar por unos minutos acepta la entrevista. Su esposa prefiere no acompañarnos. Tomamos un mototriciclo y salimos para el barrio de los acostados.

Ya estamos allá, pasan 10 minutos. Don Pedro saca un manojo de llaves del pantalón y encuentra la que abre la puerta del cementerio, aunque en realidad no se necesita; cualquiera podría ingresar por debajo o por encima de las cuerdas de alambre que encierran el perímetro del santo lugar. En la entrada, en forma de arco, un frase que dice ‘Aquí terminan las vanidades del mundo’.


Al lado derecho de la entrada se puede ver la capilla. Todos los lunes a las 4 de la tarde acoge la santa misa. Detrás de esta a sólo 30 metros de distancia se divisan sobre una pequeña colina las garitas de seguridad y la torre de comunicaciones ubicadas en la retaguardia de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega, un gigante cantón militar que durante la seguridad democrática alcanzó a tener más de 20 mil hombres del Ejército, la Fuerza Aérea, y la Armada, es decir un soldado por cada 13 habitantes en la cabecera municipal y un uniformado por cada 7 campesinos en las zonas rurales, según el censo.


‘’Yo llevo 25 años trabajando como sepulturero aquí en La Macarena. He visto de todo. Ahora el trabajo es muy escaso aunque en raras ocasiones en una semana puedo enterrar dos o tres cuerpos, también pueden pasar uno o dos meses sin enterrar a nadie’’ dice don Pedro.


Este llanero recuerda épocas difíciles donde abundaba el trabajo y todos los días tenían que enterrar cuerpos. ‘’Cuando la violencia, después de que pasó la zona de distensión, yo veía que traían varios cadáveres de los combates, pero el problema fue que a mi nunca me dejaron enterrarlos, porque tenían a otro sepulturero especialmente para eso, que con la paz ya no está acá sino en Granada. La mayoría de esos cuerpos eran N.N. Algunos los han reclamado las familias, yo creo que como unos 500 y otros siguen aquí en las fosas y bóvedas’’.


Don Pedro asegura que no puede dar fe si hubo o no falsos positivos. ‘’Ese era el comentario de la gente, sin embargo yo no le puedo asegurar nada porque a mi no me tocaba enterrar los cadáveres reportados como bajas en combate, hace énfasis en eso. Nadie quería comprometerse con eso. Yo no creo porque era la misma Fiscalía la que registraba los cuerpos reportados como muertos en combate. Y es que para que sean falsos positivos o una fosa común tienen que ser personas que no hayan sido registradas para el entierro’’.


Este hombre de 68 años recuerda que antes de que no hubiera Fiscalía en La Macarena era el inspector de policía o el mismo Ejército quienes registraban los cadáveres para su entierro. ‘’Eso fue así un poco de tiempo después llegó la Fiscalía y siguió haciendo ese trabajo’’.


El proceso de paz acabó con los muertos en La Macarena. Don Pedro y su esposa viven de la renta de una casita, porque es muy poca la gente que muere de forma natural. Cuando fallece alguien le pagan 100 mil pesos si tiene que abrir el hoyo, enterrarlo en la tierra y taparlo; y 40 mil si sólo le toca tapar una bóveda.


La conversación dura apenas unos minutos, Don Pedro no es hombre de muchas palabras. No se siente cómodo ante la cámara. Regresamos al centro de La Macarena, donde nos espera Eunice, la coordinadora de la mesa de víctimas del municipio.



Una vida marcada por la violencia y el dolor, por el desplazamiento forzado y la desaparición de sus seres queridos


Lleva cuatro años viviendo en el pueblo, Eunice llegó desplazada por la violencia desde Mapiripán, también en el Meta, para trabajar con las víctimas de La Macarena. Conoce muchas historias de sufrimiento y dolor. Tristes, conmovedoras, absurdas, desgarradoras, increíbles pero reales.

Me habla de una mujer víctima de desplazamiento y desaparición forzada por parte de la guerrilla, los paramilitares y el Ejército. Su esposo fue asesinado y tres de sus cuatro hijos desaparecidos desde los años de la seguridad democrática. No dudo en preguntarle si la puede llamar. Me intriga conocer de su propia boca toda la ignominia que ha sufrido en su lucha por la verdad, por recuperar su dignidad y sus derechos.


La tarde corre en La Macarena pero el calor no baja. Son más de las cuatro. Cruzamos los dedos para que esa mujer acepte recibirnos en su casa, a las afueras del municipio en la vía que conduce a Vista Hermosa, a unos 25 minutos del centro. Eunice ya habla con ella: la respuesta es afirmativa.

Sin perder tiempo salimos para la pequeña parcela donde tiene la casa doña Gladys Agudelo, una llanera nacida en el área rural de Vista Hermosa pero residente de La Macarena desde hace 15 años.

Nos recibe ella, su hijo menor y su actual esposo. De inmediato comenzamos a grabar. ‘’Yo soy víctima de desaparición forzada porque a mi esposo, el papá de mis hijos, los paracos lo mataron, lo desaparecieron y su cuerpo nunca nadie me lo entregó. Nadie me da respuesta de nada’’.


Los hechos ocurrieron en el pueblo en el 2006 recuerda doña Gladys: ‘’Él estaba esa noche en el centro, mucha gente lo vio y nunca llegó a la casa. Mi hijo mayor llegó hasta la finca donde yo estaba a contarme mamá mataron a mi papá en el pueblo. Lo mataron a las 4 y media de la mañana y lo sacaron. La gente en el pueblo decía mataron al ‘Mono’ Jaramillo; a esa hora vieron pasar una camioneta con un cuerpo cubierto que sólo se le veían los pies en la parte de atrás y gritaban ahí llevan al ‘Mono’ Jaramillo. Luego votaron el cuerpo a las afueras en el matadero y nunca volvimos a saber de él’’.


Los nervios no le permiten a Gladys narrar en detalle lo sucedido aquella madrugada en La Macarena, pero está convencida de que se trató de un falso positivo porque tiene el registro de defunción que le entregó la Registraduría del Estado Civil donde consta que fue el Ejército quien hizo el levantamiento del cadáver.


‘’Y si el Ejército hizo el levantamiento por qué nunca me han dicho dónde lo enterraron’’ se pregunta Gladys quien asegura que la Fiscalía de Villavicencio sólo le ha dicho que fue muerto en combate y que no hay nada que investigar. ‘’Lo camuflaron!’’ asegura ella indignada. Recuerda que entonces le preguntó a la fiscal dónde había sido ese combate, porque ella tenía testigos en el pueblo que habían visto a su esposo en el centro, pero que nunca le respondió.


Doña Gladys interpuso la denuncia por el asesinato de su esposo en la Fiscalía de La Macarena. ‘’Esa noche en el pueblo habían paramilitares y soldados y actuaron en complicidad para matarlo’’afirma. También recuerda que él, su ‘Mono’ Jaramillo había tramitado el cambio de cédula y que fue a reclamarla a Villavicencio pero que en la Registraduría le dijeron que no se la entregaban porque aparecía como muerto y que tenía acta de defunción; ‘’entonces también les pregunte por el sitio dónde lo habían enterrado y no supieron decirme. Recuerdo que sólo un día después del asesinato del papá de mis hijos, los paras se metieron a la finca, se robaron todo, no dejaron ni una cuchara, lo perdimos todo’’.



Pero su tragedia estaba lejos de terminar allí. No había pasado un mes del falso positivo de su esposo, cuando sus tres hijos mayores, dos niños y una niña, de 11, 13 y 14 años, fueron reclutados a la fuerza por las FARC. Jamás volvió a saber nada de Javier Alonso, Luis y Eduardo y Karla Michelle. ‘’Alguna vez en el pueblo un muchacho se me acercó y me dijo que a Javier Alonso lo habían matado en un bombardeo por la vereda de Caño Ánimas por Loma Linda. Eso es todo lo que se de ellos, pero no porque alguna vez me hayan entregado el cuerpo o el Estado me haya dado razón de ellos’’, recuerda con tristeza y llanto Gladys.


Las lágrimas de está mujer reflejan el dolor de una madre golpeada y revictimizada por el Estado, la guerrilla y los paramilitares varias veces. ‘’Un día, recién reclutados, pasaron como a 100 metros de la casa. Allá los llevaban –se le corta la voz en medio de las lágrimas-; apenas me saludaban con las manos, no los dejaron acercarse a saludarme y nunca más volví a verlos’’.



Gladys tenía la esperanza de volverlos a ver luego de la firma de los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. ‘’Yo esperaba que ellos salieran y que al menos los iba a poder ver con el proceso de paz pero no tuve la dicha de mirarlos, porque no aparecieron’’.

La charla con Gladys está a punto de terminar. Le preguntamos piensa asistir a la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP. Que tiene que preguntarle a las FARC por el paradero de sus tres hijos: ‘’Yo no se, a veces prefiero no hacerlo, sería muy triste que me dijeran que ellos ya no existen, que están muertos’’. Sin embargo, su hijo menor Marcos, de 18 años, nos dice que en algún momento sí lo harán. Él quiere saber qué pasó con sus hermanos, sueña con volver a verlos vivos, aunque como su madre también es consiente de que pueden estar muertos. ‘’Tantos años que han pasado y ni una llamada para saber si mi mamá está viva. No salir ahora con el proceso de paz es muy triste. Uno como que va perdiendo las esperanzas’’.


Regresamos a La Macarena, el calor empieza a bajar. En el camino, a unos 5 minutos de la cabecera municipal, viven don Nelson Reyes y su esposa Inelda. También son víctimas del conflicto. Llegaron desplazados de Puerto Cachicamo. Son los padres de Yuri Natali Reyes una menor reclutada por la guerrilla en 2002. La última vez que la vieron tenía 15 años.


Durante 15 años permaneció desaparecida para ellos. ‘’Fue en 2016 cuando nos llamaron para entregarnos unos huesos. A raíz de todo esto a mi mujer le dio un derrame cerebral. Yo ya estoy incapacitado, sufro de parkinson y el Estado aún no nos reconoce nada por la desaparición y muerte de la niña’’ nos dice Nelson, de 68 años.


Nos cuenta que en La Macarena le dieron a varias víctimas una casa como compensación pero que a ellos jamás les entregaron nada porque su hija estaba en las filas de la guerrilla: ‘’Ningún padre le entrega voluntariamente sus hijos a la guerrilla. Yo se que una casa no nos va a devolver a nuestra Yuri pero nos ayudaría mucho para dejar de pagar arriendo. Nosotros estamos solos y ya somos un par de viejos que no podemos trabajar’’ suplica Nelson. ‘’Yo lo único que tengo es una vieja foto de mi niña’’ nos dice con dolor de madre y mucha dificultad Imelda, quien no pudo recuperarse totalmente de su enfermedad. Así termina nuestro primer día en La Macarena. Son más de las siete de la noche. Nos espera otro día para seguir conociendo las historias de las víctimas del Meta ocurridas muchas, paradójicamente, durante la ‘seguridad democrática’.


Día 2 en la Macarena


Amanece fresco en La Macarena. Son las seis y media de la mañana. Todavía no se siente el calor. Nos reuniremos en 30 minutos con Don Guillermo Dueñas Rivera, otra víctima de desaparición forzada de La Macarena. El punto de encuentro está detrás de la Casa de la Cultura, ubicada al lado del pequeño coliseo de deportes y en la parte norte del aeropuerto del municipio. Don Guillermo tiene casi 70 años. Nunca aprendió a leer y escribir. No tiene transporte. Debe caminar más de 3 kilómetros todos los días desde su casa para llegar al pueblo. Tampoco oye muy bien y su memoria no le permite, muchas veces, contestar o saber dónde deja su teléfono celular.


Seguimos esperando a este jornalero dedicado a sembrar arroz o lo que le salga. De pronto, 30 minutos después de la cita aparece a la distancia. Lleva botas altas, sombrero y un poncho cruzado al cuello. ‘’Ya que venía para acá madrugue un poco más y aproveché para hacer otra vuelta antes de reunirme con usted, perdone la demora’’ nos dice amablemente.


No perdemos más tiempo y comenzamos a grabar: ‘’Yo no se qué grupo se llevó a mi hijo. Me lo desaparecieron hace más de 10 años por allá por El Palmar. Yo puse la denuncia en la Fiscalía de La Macarena pero jamás me han dado razón de él. Sólo me dicen en un papel que el caso está en investigación’’, asegura que eso fue lo que le dijo una vecina que un día le hizo el favor de leerle el documento.


Don Guillermo tiene la esperanza de volverlo a ver con vida, pero muchas veces sus pensamientos le dicen que está muerto. Recuerda que antes de la desaparición de su hijo, este alcanzó a dejarle un mensaje en la casa diciéndole que le dejaba varias cosas en un sitio y que sólo él –Don Guillermo- podía pasar a recogerlas si le llegaba a pasar a algo. Se fue a las fiestas del pueblo y jamás volvió a verlo.


Actualmente es víctima de extorsión. Afirma que una persona le está pidiendo dinero. ‘’Me dice que yo tengo una deuda con él. El sabe que yo vendí hace varios años una finca y ahora me está cobrando por eso pero jamás lo he visto no lo conozco’’.



No sabe que hacer. Vive solo en su casa. Tiene miedo de que una de estas noches le llegue de noche a su casa y algo pueda pasar. Eunice, la coordinadora de la mesa de víctimas le recomienda ir a la Fiscalía y poner la denuncia.



Como don Pedro, doña Gladys o don Nelson, Guillermo Dueñas también es de pocas palabras. A todos les cuesta trabajo relatar la historia de dolor que ellos y sus seres queridos han vivido en La Macarena.


Es el momento de desayunar y la oportunidad perfecta para escuchar la historia de Noelia, la dueña del restaurante que nos quiere relatar lo que le pasó años atrás. Ella tiene 46 años y lleva 20 años en el municipio.


‘’Hace 25 años mi padre salió a un caserío a vender un ganado y nunca lo volvimos a ver. Duró desaparecido como un año hasta que no lo entregaron muerto en un ataúd, nosotros tuvimos que ir y lo reconocimos. Tenía la misma la ropa. Recuerdo que la última vez que lo vi estaba haciendo una cerca.’’ Dice Noelia.


Ella nunca supo quien se lo llevó. ‘’Eso había de todo. Paramilitares, guerrilla, pero la Fiscalía nunca nos ha dicho nada. También tengo un primo desaparecido hace 12 o 14 años. Se llama Javier Barrera, me dicen que está enterrado aquí en las fosas comunes del cementerio a ver si me lo ayudan a buscar.

El turno es para Luz Dary Martínez de 38 años también es víctima de desplazamiento y desaparición forzada. Ella es cliente del restaurante de Noelia. Son amigas. En un pueblo pequeño todos se conocen. Esta desayunando y me dice que en la tarde tiene tiempo para hablar con nosotros y acordamos el encuentro.


Nuestro viaje a La Macarena coincide con la visita de una comisión de la Defensoría del Pueblo seccional Villavicencio. A tres cuadras sus funcionarios recepcionan nuevas denuncias. Llegamos a la Casa de la Cultura donde se lleva a cabo el evento. El clima es tenso. El calor insoportable. No hay aire acondicionado y tampoco luz. El trabajo no ha podido comenzar. Las víctimas llegadas de varias veredas se impacientan.


Me acerco a una de las funcionarias para contarle de nuestro trabajo. Me dice que no es la persona indicada; que ella y sus compañeros no conocen bien los casos del municipio. Pero amablemente llama por teléfono al personero del pueblo, quien, según ella, le dice que nos puede recibir.


Caminamos cuatro cuadras y estamos en la Personería. En el casco urbano todo es cerca. El joven personero escucha con atención el motivo de nuestra visita. Nos dice que no puede ayudarnos con nada por temas de seguridad y confidencialidad con las mismas víctimas. Que nos toca a nosotros hablar directamente con ellas. Le digo que eso hemos hechos pero que queremos una voz oficial de un funcionario de La Macarena. Nos vuelve a decir que no y nos pide que lo entendamos. Ni modos.

El tiempo vuela y el calor después de medio día alcanza su máxima temperatura. El sol domina el cielo azul sin nubes. Hace varios días no llueve y nos dicen que los Caños, como le dicen a los ríos en La Macarena, están medio secos.


Hora de regresar a cumplirle a Luz Dary. Llegamos a su encuentro. Ya nos está esperando. Gracias por la oportunidad para contarles nos dice al vernos llegar. ‘’A mi hermano lo desaparecieron en el 2004. Se lo llevaron y no lo volvimos a ver. Salió del pueblo a trabajar a una vereda que se llama El Jordán. A los tres días de estar por allá nos llegó la razón de que se lo había llevado un grupo armado. Más de 15 años sin saber de él’’. Nos dice con la voz medio cortada y un halo de profunda tristeza en su rostro.



Ella y sus otros hermanos pusieron la denuncia en la Fiscalía pero nunca les han dado razón de él. ‘’Todo ha sido zozobra, martirio, especialmente para mis padres. Nosotros teníamos la esperanza que con el proceso de paz iba a aparecer pero no fue así. Nosotros pensamientos que ya está muerto. Es muy difícil creer que está vivo.


Luz Dary y su familia fueron desplazados a la fuerza por el mismo grupo por habarse negado a trabajar con ellos. Les dieron seis horas para dejar todo y salir huyendo. ‘’Luego fuimos obligados a vender nuestra finca a un precio muy por debajo del valor. Perdimos la finca, un señor muy poderoso que vive en el pueblo, después de la desaparición de mi hermano, prácticamente nos la quitó por unos pesos. No pudimos hacer nada sino nos mataba. Jamás pudimos recuperarla. Estos años no han sido fáciles’’.


Y así podríamos seguir conociendo las historias de las víctimas del conflicto en La Macarena. Pasaríamos todo un mes y todos los días encontraríamos alguien con ganas de compartir ese dolor interno que sólo la guerra deja en los corazones de los campesinos de los Llanos Orientales señalados por unos de guerrilleros y por otros como paramilitares o colaboradores del Ejército.


La gente de la Macarena es gente buena. Son campesinos atrapados en los recuerdos de la guerra y asustados por lo que ven en las noticias. Tienen miedo que la paz que han vivido en los últimos años desaparezca como alguna vez pasó con sus seres queridos. Es hora de regresar a Bogotá.


Unidad Investigativa*: Juan Pablo Morris; Iván Cruz; Daneisi Rubio; Ricardo Malagón.

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